martes, 20 de julio de 2010

En el departamento de Nicanor Gutiérrez

Belinda Sánchez recogió el llavero con esa gracia que la caracteriza, introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Belinda Sánchez tomó su maleta anaranjada y caminó algunos breves pasos hasta el interior del departamento; donde dejó su maleta para contemplarlo con ternura. Una pequeña sala acogedora, el piso de parquet, las persianas de madera, un sofá verde de tres cuerpos, un sillón de cuero de un solo cuerpo, un tornamesa de madera, en el centro una mesita redonda, y en la esquina, algunas macetas con plantas. A la derecha, una endeble mesita roja en cuyo centro hay una canasta con mandarinas, en una cocina blanca inmaculada. Belinda Sánchez empezó a sentirse demasiado cómoda. Cada pequeño detalle de esa casa la conmovía. Ya podía imaginar su mantita de alpaca verde agua sobre ese sofá de tres cuerpos, su taza rosada sobre la mesita redonda, junto a su ya gastado libro de Alicia en el País de las Maravillas, mientras ella ponía un long play de Miles Davis en el tornamesa de madera. Y en el sillón de cuero de un solo cuerpo, su adorado Nicanor Gutiérrez, comiendo mandarinas, mirándola con esa dulzura tan suya. Ya podía imaginarse en ese paisaje. Como si ese también fuera su hábitat. Como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar, y por fin todo tuviera sentido.

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