Hoy Nicanor Gutiérrez pasó por la sala, para llegar a la cocina y deshacerse de todas las bolsitas de té, tirar su taza azul contra la pared, y no recoger los escombros.
Pero a medio camino, algo turquesa sobre el sillón llamó su atención.
¡Bendito sea Papalindo! ¡Es la bufanda turquesa de Belinda Sánchez!
Después de todo, parece que aún quedaban vestigios de esperanza en su corazón.
Tomó la bufanda turquesa en sus manos: nunca la textura de un pedazo de tela le había causado tanto placer. Acercó la bufanda turquesa a su nariz: aún conservaba el olor de Belinda Sánchez.
De pronto empezó a recordar su ausencia...
¡Mentira! ¡Sí podía sentirse peor!
Tenía que hacer algo al respecto...
Esa bufanda turquesa olvidada ahí, en el sillón, tenía que significar algo.
Así que decidió poner a prueba ese último pedazo de esperanza.
Puso agua a hervir. Sintonizó radio Felicidad. Se lavó los dientes. Se engominó el pelo.
Tomó la bufanda turquesa en sus manos nuevamente, y se paró junto a la puerta, con las rodillas temblando cual hojas en un árbol; rogándole a Papalindo, que por favor, por favor, no se lleve su mínima esperanza. Que por favor Belinda Sánchez se dé cuenta de que extravió su bufanda turquesa y venga a recuperarla. Para verla solo 5 minutos más. Para sonreirle y derrepente, si se puede, rozar su delicada mano accidentalmente.
Para escuchar su voz y sus pausas, quizás por última vez.
Para regresar a sentarse en su endeble mesita roja y comer su mandarina de las 6, recordando cada gesto de Belinda Sánchez, cada inflexión de su voz. Para imaginar que todo ocurrió de otro modo, que esta vez sí se atrevió a hablarle.
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